La alcaldesa de Bogotá Claudia López tuvo una buena idea. Una idea, que además de noble resultaba necesaria. Un acto de perdón, reconciliación y reconocimiento del error.
La convocatoria de la alcaldesa era ante todo oportuna en defensa de los derechos de las víctimas, en defensa de los derechos y la memoria de los caídos en aquella nefasta jornada, en claro reclamo por los actos de algunos miembros de la Policía Nacional.
Hasta aquí todo iba muy bien.
El problema surgió en dos momentos, el primero fue cuando la señora López confundió y generalizó los actos de unos policías con el pensar y el actuar de toda la policía, asunto que es evidentemente de corte populista y politiquero, pues acomodó su actuar a la conveniencia de sectores políticos proclives al partido de su militancia, con lo cual se granjeó la admiración y los aplausos de sus electores y de paso dejó maltrecha y debilitada una institución que por décadas ha estado al servicio de la comunidad, me refiero a la Policía Nacional.
El segundo momento fue cuando hizo lo que tal vez
consideró la jugada maestra de este acto, que no era otra que citarlo de urgencia, con afán absoluto, con inmediatez total, de tal suerte que en lo posible no pudieran asistir todos los convocados y de esta manera aprovechar para aplicarles con toda rudeza el castigo social que hoy día se aplica desde Twitter, Facebook, Instagram y otras redes sociales.
Ingenua, por decir lo menos, es la pretensión de obligar al jefe de Estado a cancelar una agenda previa, solo porque la primera mandataria de la capital se ingenió el dichoso acto 36 horas antes de su ejecución.
Malintencionada y si se quiere perversa es la actitud de la mandataria, cuando habiendo sido debidamente informada sobre la imposibilidad de asistir por parte del presidente, manda a colocar una silla vacía con el nombre del primer mandatario en su espaldar, de tal manera que todas las cámaras apuntaran a dicho lugar, y poder de esta manera reclamar por una ausencia de la que estaba debidamente informada desde el viernes mismo, día en que hizo la convocatoria.
La manera morbosa de proceder no le dio los réditos esperados, pues el país terminó dividido entre los áulicos de la mandataria, que todo se lo aplauden, todo se lo entienden y todo se lo celebran y los que ajenos a cualquier interés advirtieron la perversa acción de la funcionaria.
Ese fue sin dudas otro aporte de la dra. Nayibe para mantener la polarización.
Quiso aprovechar el barranquito, y casi se quiebra una pierna en el salto imprudente.
Este acto era en principio de perdón y reconciliación, pero al parecer, también tenía mucho de rencor y polarización. La silla vacía es un mensaje y un reclamo para el que descortésmente desatiende la invitación, cosa que no ocurrió en este caso, la invitación no fue atendida, pero la ausencia fue cortés y oportunamente explicada, entonces para que pusieron la silla del que sabían con suficiente tiempo que no podía estar presente.
Que importante resultaría para Bogotá que su alcaldesa se dedicara a gobernar y que alguien le hiciera caer en cuenta que no está en campaña, que no es candidata, que no representa los intereses de un partido, que representa los intereses de varios millones de Bogotanos y de varios millones de colombianos que sin ser Bogotanos son habitantes de la capital.
No tengo motivos personales para defender al presidente, muchas acciones suyas y muchas omisiones de su gobierno me impiden ser su admirador, pero en este acto de la “silla vacía” bien puede indicarse que LO QUE DICE CLAUDIA DE DUQUE, HABLA MAS DE CLAUDIA QUE DE DUQUE.