Corrompido

Corrompido era un famoso personaje de mi región que entregaba su vida al cafetal de lunes a viernes y a las cantinas los sábados y domingos.

Tomaba cerveza de manera habitual, casi siempre en compañía de tachuela, sapo viejo, carrumba y sabandija. Un grupo bastante alegre que se explayaba con las melodías de Gardel, Pepe Aguirre, Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, y de vez en cuando, los legendarios y el mismísimo Darío Gómez que apenas estaba empezando.

Eran épocas de sembrar caturro, arábigo y borbón, en fincas de 300 y 400 trabajadores, los que en cosechas de café se cogían de 250 kilos diarios en adelante, los que por esa razón eran llamados “cocos”.

Corrompido era bien conocido, porque además del trago, le gustaba visitar el pedrero en Arauca, un lugar donde le decían mi amor, sin conocerlo, sin distinguirlo siquiera. Allí se podía localizar, cuando menos cada quince días, por lo cual doña Hortensia, que en santa paz descanse, le decía que le faltaban misas y le sobraban cantinas, que era un degenerado, un descarado, un abusivo, un corrompido.

No era un mal hombre, seguro que no, tampoco era un mal borracho, eso ni se diga, simplemente era un solterón que escasamente conocía la plata, pues no sabía leer, mucho menos escribir. Hablaba poco y lo poco que decía estaba lleno de palabras soeces, pues eso era lo que había aprendido en sus años de peón en docenas de fincas recorridas.

Como buen campesino era fanático del chance, no había día que no esperara pacientemente al señor de la moto para hacerle el 244 que era su número de suerte y con el cual ganó en más de una ocasión.

La vereda se ponía de fiesta los lunes, cuando el amigo corrompido se ganaba el chance, eran dos o tres días corridos escuchando melodías, y vaciando cajas de cervezas. La festividad duraba según el número de gotereros que agotaran el presupuesto.

Era un buen hombre, un ser inofensivo, un vecino tranquilo, un borrachito del que nadie ponía quejas, un buen cliente para cualquier cantinero.

Una noche estando en la fonda y después de muchas “amargas” le dieron ganas de hacer chichi, con tan mala suerte que el orinal estaba dañado, por lo que se paró en el filo de una loma, desde la cual se desprendió cayendo al vacío. Ese fue el final de este amigo, pues solo pudo ser rescatado al día siguiente cuando aclaró la mañana, encontrando su cuerpo frío, ya no había amigo, ya no había corrompido.