En nuestra sociedad ha hecho carrera que, aprovechando las redes sociales, se emitan juicios de valor con exagerada rapidez y con facilidad asombrosa, generalmente sin fundamentos claros, lo cual es un fenómeno bastante preocupante.
Opinar por opinar, hablar por hablar, escribir por escribir, en muchas ocasiones sin conocimiento y sin información, especialmente con la intención de dañar, lo cual no solo afecta a individuos o familias, sino que puede comprometer la estabilidad de comunidades enteras. Esto es particularmente grave en el ámbito político, donde los rumores y las percepciones infundadas pueden desviar la atención de lo realmente importante: el progreso colectivo.
En la política, como en la vida, debemos entender que el liderazgo no es una carrera de egos ni un pleito entre adversarios, es una lucha de ideas y propuestas, así debe entenderse.
Las campañas tienen un tiempo y un lugar, pero una vez concluido ese capítulo, la prioridad debe ser trabajar en conjunto, con y para la ciudadanía, olvidando las acciones de la campaña, para poder concentrarse en los actos del gobierno. Gobernar no es un privilegio, sino una responsabilidad que implica diálogo, consenso y compromiso, independientemente de los colores políticos.
Es esencial que como ciudadanos dejemos espacio para que los líderes ejerzan su labor sin las ataduras de miedos infundados o críticas vacías. Un político no se define por el volumen de aplausos que reciba, sino por su capacidad para cumplir con sus compromisos, materializar propuestas, gestionar recursos y construir soluciones reales a los problemas de la gente.
Somos conscientes de que las redes sociales se han convertido en un arma de doble filo. Si bien son herramientas poderosas para la transparencia y la comunicación, también son terreno fértil para la desinformación y la polarización. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos utilizarlas para avanzar, para informar y construir, y no para destruir o crear confusiones.
Como servidores públicos, estamos llamados a avanzar, a dejar atrás las disputas y los intereses particulares para enfocarnos en el bien común. Pero este esfuerzo debe ser compartido: los ciudadanos también tienen un rol esencial, el cual es exigir con argumentos, participar activamente y apoyar las iniciativas que, aunque imperfectas, buscan el bienestar general.
No creo que los tiempos actuales sean propicios para criticar o señalar a los adversarios que han encontrado en el diálogo una forma justa de trabajar en beneficio de los ciudadanos. Posturas contrarias no son morales, por el contrario, son inmorales, necias e inadecuadas.
El control ciudadano es necesario, pero más necesario resulta que quien lo hace tenga estatura moral para reclamar.