Por muchos años el país ha intentado salir de ese hueco oscuro que le dejó el pasado violento del narcotráfico en su máxima expresión. Un país sumergido en una ola de terrorismo y temor colectivo, cuya única herencia fue el reconocimiento mundial por ser grandes proveedores de cocaína que era ofertada por traquetos que se ufanaban de tener por amigas de compañía a mujeres abusadas y en ocasiones sometidas por el poder del dinero, a las que sarcásticamente denominaban, muñecas de la mafia.
Dicen que el ejemplo empieza en casa, pero en este caso, ni siquiera en la Casa de Nariño se refleja esa premisa. El primer mandatario de los colombianos, de una manera u otra, insiste en recordarle al mundo aquello que hemos intentado dejar atrás, aquello que queremos olvidar, aquello que nos duele recordar.
Esta semana fuimos noticia nacional porque el primer mandatario despertó en los más adultos recuerdos que quisiéramos dejar para siempre en el pasado, pero además, logró que los jóvenes conocieran imágenes de un ayer que debería permanecer en el olvido, pues no queremos revivir tanto dolor, tanta tristeza.
Suficiente hemos tenido con la cascada de series y narco telenovelas que diariamente se emiten, retratando a Colombia únicamente a través de ese estereotipo, que en verdad no es el reflejo de un país que le apuesta al futuro y que se propone abandonar el pasado.
Es absurdo que en el acto de posesión, precisamente donde una mujer toma la batuta de la Defensoría del Pueblo, el presidente se refiera así a quienes trabajan por mostrar la verdad, en medio de una profesión que lo único que tiene por misión, es decir y contar la verdad. Un Gobierno que ha promovido la inclusión de la mujer en altos cargos, pero al mismo tiempo un gobierno que habla de ellas como si cada una en cualquier ámbito tuviera un precio, o fuera un trofeo.
Es más absurdo pensar, que justo en un acto de posesión de un cargo que promueve la protección de los derechos humanos, vulnere los derechos de las mujeres periodistas, especialmente en un país donde esta profesión ha tenido que sortear graves episodios de violencia.
No sabemos qué esperar de un gobierno que, por un lado, promueve la inclusión femenina en el sector público, y por el otro, denigra a quienes ejercen su labor fuera de sus filas.
Nuestras mujeres periodistas tienen muchos perfiles. Son aguerridas, intrépidas, atrevidas, juiciosas, responsables, investigadoras, inteligentes. Son eso y mucho más, pero en todo caso NO SON MUÑECAS y menos de la MAFIA.