Hace 16 meses que los niños y los jóvenes del país empezaron a recibir clases de manera virtual, sin presencialidad en las aulas.
La virtualidad llegó en momentos en que nadie estaba preparado del todo para dar ese salto, en momentos en que el analfabetismo digital era lo común, pues los profesores no habían sido capacitados de la manera adecuada para este nuevo reto, no solo por el manejo de herramientas virtuales, sino por las nuevas condiciones de la clase; los niños tampoco estaban del todo preparados para recibir clases virtuales, y menos para asumirlo con la responsabilidad que ello demanda, siendo una de las mayores dificultades del nuevo modelo, la falta de concentración por parte de los alumnos.
Otro asunto que vale la pena considerar, es que no todos los niños tienen computador, tablet o en su defecto un celular de última tecnología, sumado a la falta de acceso a internet ya sea por falta de recursos económicos o por fallas en la señal de internet, tanto es así que ocupamos el puesto 88 en el promedio de velocidad de conexión a nivel mundial, con una velocidad de 33.35 Mbps, muy por debajo de países como Singapur con una velocidad de 198,46 Mbps, Hong Kong con 176,70 Mbps, Tailandia 159,87 Mbps, Suiza 152,05 Mbps, Rumanía 151,87 Mbps, por citar algunos.
No obstante lo dicho, habrá que reconocer que, los profesores se capacitaron sobre la marcha y los niños se han ido acomodando a los cambios; también habrá que decir que muchas familias buscaron la manera de resolver el acceso a las clases, y bien que mal, ahí vamos.
En principio se entendió que la virtualidad era la mejor manera de contribuir para que los niños, los profesores, los administrativos y de paso los padres de familia no se contagiaran de COVID 19. Un sacrificio entendible, en la medida que al estar en sus casas no estarían exponiéndose y exponiendo a sus familias en momentos críticos de la pandemia.
Si bien la virtualidad ayudó a contener la expansión de la pandemia, no es menos cierto que muchos niños y jóvenes empezaron a presentar cuadros preocupantes de ansiedad y depresión, muchos padres expresaron de manera repetitiva la dificultad que implicaba para ellos el tener que asistir las clases de los niños y jóvenes casi que, en tiempo real, y finalmente muchos profesores manifestaron que se les había aumentado el trabajo por efectos de la nueva modalidad.
Ha sido notorio que con el pasar de los días, los niños reclamen y demandan actividades lúdicas, motoras, culturales y de recreación, que las clases virtuales no les permiten y que son necesarias para su desarrollo. A lo cual hay que sumarle que demandan y reclaman relacionamientos sociales con sus compañeros de colegio.
En su momento se dijo desde FECODE que no asistirían a clases presenciales mientras no estuvieran vacunados los profesores. Razón la anterior que llevó al ministerio de educación a priorizarlos en la fase III del modelo de vacunación que se viene adelantando hoy en el país.
Desde hace varios días que los profesores vienen siendo vacunados, no obstante, lo que ahora se dice desde la federación que los agrupa, es que no volverán a la normalidad mientras no se garanticen y se cumplan una serie de condiciones y demandas.
Según FECODE en muchos colegios no hay agua, razón por la cual no vuelven a clases, asunto con el que hay que estar de acuerdo, nada justifica que los niños y profesores deban asistir a instituciones donde no tengan como lavarse las manos o como realizar sus necesidades fisiológicas. Ahora bien, si la falta de agua es solo en algunos colegios, ¿por qué no regresan entonces en los demás colegios que si tienen el servicio funcionando de manera normal?
Al tema del agua, suman una solicitud difícil de atender (…) “Declarar enfermedad profesional al covid-19 y las enfermedades relacionadas” (…). Una enfermedad profesional es aquella que ha sido contraída como consecuencia de la exposición a factores de riesgo inherentes a la actividad laboral o del medio en que el trabajador se ha visto obligado a prestar sus servicios. Razones las anteriores que no aplican para el caso y que desnaturalizan la petición sindical. Además, porque de ser declarado el COVID como enfermedad profesional, no sería exclusivamente para el magisterio, sería para el país y eso per se, pondría en riesgo el sistema de salud y el sistema pensional.
La otra solicitud es (…) “Aprobar una prima tecnológica pedagógica, “como bonificación por el trabajo en la virtualidad realizado en 2020 y 2021 por los educadores” (…). ¿Acaso ese trabajo virtual no es realizado en horario laboral, a la vez que es el mismo desarrollado por jueces, fiscales, servidores de alcaldías y gobernaciones?
Una cuarta solicitud es la de (…) “Asegurar condiciones de salud mental y física de la comunidad educativa” (…). La cual resulta sensata, adecuada y necesaria.
Las razones de FECODE para negarse a clases presenciales parece que no están del todo justificadas, menos en este momento donde la calidad educativa ha bajado a niveles de hace muchos años.
Mientras no entendamos, desde FECODE especialmente, la importancia de la calidad educativa, pasarán muchas generaciones que se preguntarán por qué los asiáticos, los finlandeses, los singapurenses, los ingleses, incluso los norteamericanos, están donde están y nosotros estamos donde estamos.
Un dato bien diciente es que mientras el año escolar japones tiene 243 días, el nuestro escasamente llega a unos 160 días. Y mientras nuestras jornadas escolares son de 5.30 horas/día, y en ocasiones en jornada extendida llegan a 9; los niños de la china tienen jornadas de 13 y 14 horas/día. Lo anterior explica las grandes diferencias en los resultados.
Ya es hora qué FECODE entienda que no pueden estar por encima del país que deben educar, y que también entiendan que la educación debe ser tratada bajo la premisa de ser un servicio público esencial.