Y digo “nos” porque no solo están acabando con la vida de policías y soldados. También están asesinando la esperanza de un país que, por años, ha soñado con la paz. Una paz que nos han prometido gobiernos de todos los colores y que, con el llamado “gobierno del cambio”, volvió a parecer posible.
Pero la realidad es otra. Desde el 15 de abril, al menos 19 policías y 8 soldados han sido asesinados por grupos delincuenciales que, además de implementar planes como el tristemente célebre “Plan Pistola”, han acudido al homicidio selectivo de quienes se desempeñan como miembros de la fuerza pública.
Lo más complejo del asunto es que por parte del Gobierno, pareciera no existir ninguna estrategia clara ni orden contundente para enfrentar a los que usando la mansalva y aprovechando el factor sorpresa, de manera traicionera y sobre seguros, están matando a nuestros uniformados.
La única respuesta oficial conocida ha sido autorizar que los miembros de la Fuerza Pública porten su arma de dotación incluso en sus horas de descanso. Es decir, “sálvese quien pueda”. No es justo que, un mes después de iniciada esta ofensiva criminal, apenas estemos escuchando cuál será el plan del Gobierno frente a los ataques del Clan del Golfo, y para el caso del ELN la razón enviada desde el gobierno, es que los siguen esperando en la mesa de negociaciones.
Esta reacción es tardía y débil, pues pareciera que la voluntad del ejecutivo sigue siendo la de provocar la reacción de los grupos ilegales para obligarlos bajo presión a sentarse a negociar la paz. A los criminales, el gobierno les da varias opciones. En tanto, a los hombres de la patria, los criminales solo les ofrece una posibilidad: sobrevivir si pueden.
A este ritmo, no sería extraño que la cifra de uniformados asesinados esté muy por encima de las expectativas del gobierno, tal como en su momento ocurriera en los años más crudos del cartel de Medellín, cuando Pablo Escobar convirtió a los policías en blancos sistemáticos de su guerra. En ese entonces, dejaron de ser vistos como héroes para convertirse en objetivos militares. Hoy, la historia parece repetirse.
Y sí, todo esto tiene un objetivo claro por parte de la delincuencia organizada: sacar a las Fuerzas Armadas de zonas estratégicas para el narcotráfico como Antioquia, Cauca, Córdoba, Norte de Santander y el Sur de Bolívar. La mayoría de los “planes pistola” se activan tras la captura o muerte de algún cabecilla importante de estos grupos ilegales. Pero justo en esos momentos críticos es cuando el Estado muestra su mayor debilidad. Como dice el dicho: “Matan el tigre y se asustan con el cuero”.
¿Dónde está el liderazgo? ¿Dónde está el plan para proteger a quienes protegen al país? ¿Dónde está la autoridad que nos dijeron que iba a actuar con firmeza, pero también con justicia?
Nos están matando. Y no solo nos están matando a los héroes de la patria. También nos están matando la fe, la esperanza y la confianza en un Estado que hoy parece confundido, atontado, sorombático.