Resulta usual que muchas personas se quejen de la vida y de la suerte que les correspondió, y al referirse a las condiciones en que viven los demás simplemente digan “es que la vida de fulano o zutano es muy fácil”, expresión que les permite justificar sus desgracias e infortunios, procurando culpar de ellas a los que señalan de “vivir muy bien”.
Vale la pena entonces revisar porque muchos viven mejor que otros, para determinar qué tan fácil ha sido la vida de unos y que tan complicada ha sido la vida de otros.
Para empezar, habrá que reconocer que es innegable que muchas personas nacen con privilegios que otros no tienen, pero también es válido reconocer que son muchos los casos de personas que nacen en la misma ciudad, mismo barrio, misma cuadra y casi que en la misma casa o mismo edificio y mientras unos llegan bastante alto en la vida, otros, esos que usualmente miran lo fácil que es la vida de los demás, son aquellos qué frente a las mismas oportunidades, escogieron mal sus prioridades.
Conozco el caso de dos amigos que vivían en la misma vereda, asistían a la misma escuela y digamos que tenían los mismos sueños, solo que tenían distintas prioridades.
Los dos soñaban con ser felices, sin embargo, recuerdo alguna vez en la escuela cuando el profesor preguntó que querían estudiar cuando fueran grandes. El uno dijo, cuando sea grande quiero estudiar derecho, el otro muy afanado contestó, yo en cambio quiero estudiar torcido, ustedes sabrán a quien aplaudieron y para quien fueron las burlas. Así pues, mientras el uno encontraba la felicidad en la fiesta, el licor y otras cositas, el otro encontraba la alegría en los libros y el aprendizaje
Cuando tenían algo así como 13 años, uno de los amigos decidió no volver al colegio, el otro por el contrario se convenció que no podía faltar a sus clases. El primero se dedicó a coger café, con lo cual aprendió a ganar dinero, poco, pero ya generaba ingresos, podía comprarse lo que quería o por lo menos lo que le alcanzaba, a su edad ya disfrutaba sus billetes. El otro se limitaba a estudiar, a caminar largas jornadas para llegar a su colegio, a ver como su amigo “ya vivía bien”, no conocía el dinero y de gustos nada sabía, pero, aun así, alimentaba sus sueños de ser “estudiado”. En ese momento la vida fácil la tenía el primero, la vida dura la tenía el segundo.
Estos amigos llegaron a los 18 años y mientras el primero conocía los licores, el trasnocho y las mujeres, el segundo pasaba de conocer los trasnochos y madrugadas que le imponía la prestación de su servicio militar obligatorio en condición de bachiller, a los que le imponían los trabajos y exámenes propios de su carrera universitaria. Que fácil es mi vida, expresaba uno de los amigos, que dura es mi vida, manifestaba el otro contertulio.
Más allá de los 20 años, los amigos tenían dos caminos bien diferenciados. El primero tenía esposa y varios hijos, pues la hombría se demostraba con familias generosas, no importaba que tan bien se pudieran tener, lo importante era estar lleno de hijos. El otro también estaba casado, pero con los libros, y aunque tenía novia, también tenía claro que los hijos debían ser planeados y bien tenidos. Aquí empezaba a cambiar el discurso, ya la vida no era tan fácil para aquel amigo que vivía del agro, tampoco lo era para el que vivía entre los libros, simplemente la vida no era fácil para ninguno, el primero porque la plata no le alcanzaba, el segundo porque no la tenía, aun no la ganaba.
Cuando llegaron al primer cuarto de siglo, el uno se mantenía en la escala más baja de la pirámide laboral de la finca en que cogía café, el otro ya había obtenido su primer título universitario y por esa misma razón ya empezaba a conocer el dinero, ganando un poco más que su amigo de infancia, con la gran diferencia que mientras el primero seguía dedicado al trabajo material, al segundo le pagaban para pensar, para proponer, para planear. El uno ganaba por lo que hacía, el otro por lo que pensaba. Ahora el discurso giró por completo, la vida del estudiante y ahora profesional se veía más fácil; la vida del agricultor, ahora se veía compleja, dura y difícil.
Hoy, cuando ambos están cercanos a los 50 años, siguen siendo amigos, sin embargo, el uno siguió estudiando, prosperó en sus sueños y ahora tiene responsabilidades profesionales, familiares y sociales, en tanto el otro, siguió cogiendo café, se estancó en sus carencias y no tiene ninguna responsabilidad, o por lo menos no la reconoce. Visto así para uno de ellos la vida es más fácil.
Como se ve, la vida no es más o menos difícil, somos los seres humanos quienes la hacemos más o menos compleja, eso depende del orden de las prioridades, de la fe con que hacemos las cosas, de la convicción en nosotros mismos.
Por eso, antes de expresar lo fácil que ha sido la vida de otro, del que no conocemos su pasado, tratemos de colocarnos en sus zapatos, solo así sabremos los caminos recorridos y los pasos dados, donde de seguro encontraremos muchas caídas, desafíos y abismos superados.
Varias décadas después, queda claro que del compromiso de cada uno depende expresar que tan dura es la vida, o si, por el contrario, la vida es fácil, así que la pregunta es: ¿Tú que eliges?