De mayúsculas proporciones es la polémica que por estos días vive el país, debido a la elección que la Corte Suprema de Justicia debe realizar para escoger al nuevo Fiscal General de la Nación.
Encontramos voces a favor y voces en contra de la magistratura, los unos porque se solidarizan con la entidad intentando explicar que el proceso siempre ha tenido dificultades, que siempre se han tenido fiscales encargados y que nunca se ha elegido de manera temprana. Los otros, por otra parte, aduciendo que la alta dignidad no puede quedar en cabeza de un (a) fiscal encargado (a) y que nada justifica demoras y dilaciones inexplicables.
En este caso y en medio de todas las polémicas que han rodeado el proceso, tendré que decir que el fondo no es el fondo, el fondo es la forma.
Así como se lee, lo que ha generado este debate que ya ajusta varias semanas, no es realmente el proceso de elección que le corresponde a la Corte Suprema, son las presiones que se han venido dando sobre el proceso. Por eso es que el fondo no es la elección, no es el resultado. Aquí el fondo es la forma, es decir, el proceso mismo.
Nada explica, ni logra justificar, que el Gobierno, una de las ramas del poder público, denominada ejecutivo, convoque marchas para que presionen a otra rama del poder público, denominada rama judicial; como si las marchas, retenciones, presiones, gritos, arengas y maltratos, imprimieran celeridad y disposición en los magistrados que deben elegir.
A las marchas, bastante dañinas, por demás, se debe sumar la presión desde las redes, donde no han ahorrado esfuerzos para maltratar a los magistrados, a quienes no bajan de mafiosos, vendidos, traquetos, y muchas otras calificaciones de alto calibre.
¿Cómo podemos entender los colombianos que se convoquen a unas marchas que de manera curiosa o casual, terminan en la puerta de la Corte Suprema, donde sin ningún pudor gritaban que no se retiraban hasta que no eligieran fiscal? Es increíble que después de que todos los colombianos a través de medios evidenciaran lo que estaba pasando, nos vengan a decir que nadie sabía de esas marchas, que nadie las convocó, que el propósito de estas no era presionar a los magistrados, que de retenciones no hay por qué hablar y que de hecho, los magistrados no quisieron salir temprano para sus casas “porque estaban felices trabajando hasta altas horas de la noche”. Pareciera que todos los colombianos fuésemos tontos o, por lo menos, así nos creen para imaginar que nos tragamos semejante embuste.
¿Cuál puede ser el poder de aquellos que reclaman y exigen vehementemente el nombramiento de una autoridad, pero se niegan sistemáticamente a cumplir la orden de otra autoridad que dispuso la suspensión en el ejercicio de sus funciones a otra autoridad? me refiero puntualmente al canciller.
¿Cómo entender que aquellos que reclaman y exigen aduciendo que la elección de un fiscal es sumamente simple, sean los mismos que en año y medio no han nombrado director del INVIMA?, lo cual es un proceso mucho más simple, pues no requiere elección, es una simple designación, aquí no hay que ponerse de acuerdo con nadie.
Es cierto que la Corte debe elegir, en lo posible, a la mayor brevedad, pero es cierto también que esto no debe ocurrir como resultado de las presiones, las arengas, los gritos, los insultos y los malos tratos. No señores, a la Corte se le debe respetar y el primero en dar ejemplo es precisamente el Gobierno, comúnmente llamado ejecutivo.
En este caso, el problema no es el fondo, es la forma, o más bien las formas, las que han adoptado los colectivos de presión, al servicio del ejecutivo, que consideran que es más fácil con la fuerza que con la razón.
Que se elija fiscal SÍ, pero no ASÍ.