Hablemos de entierros

Hace muchos años la disposición final de los cadáveres se hacía por lo general mediante la inhumación del difunto, sepultándolo en la tierra de los llamados campo santos o cementerios.

Esas inhumaciones estaban prevalidas de velorios que siempre eran celebrados en la sala principal de la casa del difunto, donde se colocaban las coronas, las flores, el cadáver en el centro y un vasito con agua para que el anima descansara. Los dolientes preparaban olladas interminables de café, y en algunas ocasiones, meriendas.

Se rezaba toda la noche, se pedía por el descanso eterno, se turnaban las oraciones con los llantos y después la misa y el entierro.

La época en la que los cadáveres se vestían con mortajas o hábitos de color morado y sendas incrustaciones de algodón en la nariz y los oídos, empezó a quedar atrás cuando los velorios pasaron de las casas a las funerarias, lo cual en principio, no fue bien recibido, pues las familias tradicionales consideraban que esa era una manera de expulsar al difunto de aquel espacio que siempre había sido su hogar.

Con los años, las casas funerarias se volvieron la costumbre y los velorios hogareños se volvieron la excepción. Los muertos ya no llevaban mortajas, eran ataviados con sus mejores ropas y como hecho novedoso el maquillaje se volvió tendencia para darles un aspecto más cálido y menos lúgubre o tétrico.

De la disposición de cadáveres en tierra se pasó a las sepulturas en bóveda, permitiéndose de esta manera que los cementerios ofrecieran miniapartamentos de 60×60 cm en los cuales se pudiera parquear el ataúd que albergaría por cinco años el proceso de descomposición del fallecido.

Los velorios dejaron de ser encuentros sociales y familiares que se prorrogaban durante 36 horas continuas y pasaron a ser encuentros que se dan durante el día y se suspenden a las 11:00 pm, hora en la que se cierran las funerarias, para retornar al día siguiente a continuar la jornada y disponer el acto de entierro.

En el presente se ha venido abandonando la costumbre del entierro y se ha puesto de moda la cremación, con lo cual empezaron a abandonarse asuntos como la sacada de los restos, la llevada de flores y las misas de aniversario, pues lo poético y lo romántico es arrojar las cenizas al mar, a un río o al pie de un árbol.

El futuro en materia de entierros, inhumaciones y/o disposición de cadáveres es la hidrólisis alcalina, un procedimiento por medio del cual se introduce el cuerpo en una cámara hermética, tipo horno, llena de agua y elementos alcalinos con lo cual se logra la desintegración absoluta del cuerpo, quedando solo los huesos que luego pueden ser triturados en un cremulador.

La hidrólisis alcalina evidentemente es mucho más amigable con el medio ambiente que cualquier otro proceso de los hasta ahora conocidos, especialmente si la comparamos con la cremación, la que a la fecha ya se viene aplicando con éxito en diferentes países.

Actualmente cursa un proyecto de ley en el Congreso de la República para que en Colombia se pueda ofertar este servicio por parte de las funerarias o entidades especializadas en la disposición final de cadáveres, proyecto el anterior que ya fue aprobado por la Cámara de Representantes y ahora cursa su trámite ante el Senado de la República.

La cremación en agua o hidrolisis alcalina será en el futuro una solución generalizada para la disposición de cadáveres y en ese momento hablaremos tanto de hidrólisis y cremaciones y ya no hablaremos más de entierros.