Hace seis años, un joven político de Manizales emprendió una campaña para alcanzar el primer cargo de la ciudad. Su propuesta incluía una serie de promesas que, en su mayoría, no pasaron de ser meros ganchos electorales para convencer a los incautos. A pesar de ello, su estrategia dio frutos, logrando llegar a la Alcaldía, aunque sin traducirse en resultados concretos o viables para la ciudad.
Entre las propuestas más llamativas estuvo la de construir una ciclorruta elevada a lo largo de la Avenida Santander. El proyecto incluso contaba con renders y presupuestos definidos, pero, al finalizar su mandato, no pasó de ser una imagen atractiva sin ejecución elevada, aunque finalmente traducida en una línea sobre la calzada.
También se prometió un «diamante de cables», un sistema de transporte más ambicioso que el tren elevado de Buenaventura a Barranquilla. Se hablaba de diseños, estudios técnicos, análisis de movilidad, costos y financiación. Sin embargo, al final del periodo solo quedó en marcha una línea del famoso diamante, que logró avanzar gracias al cambio de administración. De no haber sido así, hoy solo sería otro elefante blanco.
Otra de sus ideas fue construir un bulevar que conectara la Plaza de Bolívar con la Galería, descendiendo por la Calle 23. Al igual que los anteriores, este proyecto contaba con videos animados, cifras, beneficiarios y proyecciones. Sin embargo, también terminó siendo otra promesa sin cumplir, adornada con renders y discursos vacíos.
A los jóvenes universitarios se les ofreció un subsidio de transporte, algo que resultaba inviable desde el principio, dado que el sistema de transporte colectivo de la ciudad es completamente privado. Finalmente, a estos jóvenes también los dejaron «viendo un chispero», al descubrir que aquella promesa no fue más que otra ilusión electoral de gran escala.
En esa telaraña de soluciones, habrá que decir que la propuesta más absurda fue la de eliminar los peajes que rodean a Manizales. Esta idea carecía de cualquier sustento, considerando que los peajes se encuentran en vías nacionales, sobre las cuales el alcalde municipal no tiene ninguna injerencia. Estas casetas existen como resultado de estudios técnicos que determinan su ubicación en función del recaudo necesario para recuperar la inversión y garantizar la rentabilidad del proyecto.
Terminado su periodo de cuatro años, las casetas de peaje siguen allí. Ni el Ministerio de Transporte, ni la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), ni el concesionario han modificado los acuerdos existentes.
Hoy, a tan solo 11 meses de las elecciones parlamentarias, vuelve a sonar la promesa de quitar los peajes. Aunque suena atractivo para cualquier conductor, no deja de ser una propuesta irresponsable desde todo punto de vista. El retiro de las casetas significaría el deterioro progresivo de las vías y la imposibilidad de ejecutar obras adicionales o de mantenimiento.
A todos nos gustaría tener excelentes carreteras sin tener que pagar los peajes, de eso no hay duda, pero si se plantea su retiro, es necesario aclarar con estudios técnicos y financieros de dónde saldrán los recursos para mantener esas vías. Porque si resultara cierto que en Caldas no se necesita recaudo para conservar las vías, entonces tampoco se necesitaría en ninguna otra parte del país.
Las concesiones viales no nacieron por capricho. Son la consecuencia de la incapacidad del Estado para construir y mantener vías amplias, modernas y seguras. Por ello, se delegó en los privados la tarea de desarrollar la infraestructura vial, con inversión privada y un retorno garantizado durante el tiempo de la concesión, después del cual se revierte al Estado. Este mismo modelo ha sido aplicado con éxito en varios aeropuertos del país.
Es cierto que debe revisarse la ubicación de algunos peajes. Por ejemplo, no es justo que Chinchiná tenga un peaje en cada entrada, ni que entre Manizales y Pereira existan dos casetas en apenas 53 kilómetros. Tampoco resulta razonable que, entre La Felisa y Pereira, en un trayecto de 90 kilómetros, haya tres peajes.
Esta situación evidencia la necesidad de reorganizar algunas casetas —como las de San Bernardo del Viento, Las Pavas y Santágueda— y evaluar la posibilidad de unificarlas en una sola, que bien podría ubicarse en el sector de La Manuela.
En conclusión, revisar la ubicación es necesario. Retirarlas por completo, en cambio, es pura demagogia, politiquería en su máxima expresión. En otras palabras, pura paja.
Esa promesa ya la escuchamos en 2019 y ahora la vuelven a desempolvar. Lo preocupante es que aún recordamos la oferta incumplida, o mejor dicho, el engaño vivido. Y como dice el dicho: al perro no lo castran dos veces.
Puede que esta opinión no sea popular, pero, con todo respeto, creo que es sensata. Parece que nos están repitiendo la dosis.